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La fiesta del cordero |
En estos días, celebran los musulmanes la fiesta mayor de su calendario lunar. Conmemora aquella ocasión dichosa en la que el profeta Abraham -Ibrahim- estando a punto de sacrificar a su hijo por sometimiento a su Señor, recibió la orden de canjearlo por un cordero que se encontraba en las inmediaciones, por esta razón se denomina esta celebración por otro nombre "fiesta del cordero".
Y a partir de ese momento quedó establecido que en la religión no habría sacrificios humanos. Y quedó confirmado que Ibrahim era hanif: buscaba sinceramente a Dios siguiendo a su corazón y apartándose de los ídolos, y que habría de fundar un templo -la Kaaba- y que lo levantaría con sus manos, ayudado por su hijo, y que el creyente es humilde y entregado.
En ese día los musulmanes que han acudido a Meca concluyen los ritos de su peregrinación y, después de la oración especial, sacrifican (o más modernamente pagan para que un matarife cualificado sacrifique en su lugar) un cordero. La alegría es doble en su caso, por la fiesta en sí y por haber terminado el hach, una empresa ardua, un viaje al fondo de uno mismo, al comienzo de la vida, tal y como la conocemos, en el valle de Arafat, en esa planicie desértica en la que cuentan que se reunieron Adán y Eva después de haber vagado por el planeta 200 años, tras su expulsión del Paraíso.
También es un viaje al final de los tiempos, borrada toda señal de identificación, cada ser humano anónimo, confundido en la multitud, que vive el momento del encuentro.
El resto de los musulmanes, alrededor de mil millones en el mundo, casi todos pues sólo unos pocos de cada zona peregrinan a los Santos Lugares cada año, celebran en sus casas esta fiesta, acuden a las mezquitas para la oración y luego, los que pueden hacerlo, sacrifican y celebran una comida a la que se invitan mutuamente.
Es una celebración sobria, honda. Una fiesta reconfortante en la que cada creyente bebe el agua de la vida y se esponja con ella y recapitula sus actos y sus intenciones para impregnarse de las nobles cualidades de Ibrahim, a quien se conoce entre nosotros como "el amigo íntimo de Allah", porque sus miembros físicos y sus facultades están impregnados de lo Absoluto. Podríamos resumir sus cualidades en una fundamental: no poner trabas a la voluntad de Allah; dejarse atravesar por Él como el cauce de un río por el agua, y llenarse de Su designio hasta la identificación. Ibrahim, el amigo íntimo, hanif, sometido, es el ejemplo perfecto que se nos propone en esta hora del Id al Kabir, la fiesta mayor, que festeja el establecimiento de la ley que protege la vida humana y la fusión del ser puro del hombre con sus anhelos de perfección.
El musulmán acude a la oración tras haber hecho la ablución mayor o gusl y haberse ataviado con su mejor ropa, limpia y perfumada. Recita unos versículos que sólo se cantan durante las dos fiestas anuales y en los enterramientos. Los musulmanes cantan y cantan hasta que el imam dirige la oración que -excepcionalmente- se encabeza con siete takbir (decir Allahu akbar). Dos rakás. Después, unas palabras de saludo por parte del imam a los miembros de la comunidad presentes. Por último, se disuelve la reunión y los asistentes se besan en señal de hermanamiento y se felicitan por la fiesta. Hay una alegría contenida, un suave perfume a flores, sosiego y reminiscencias de rasgos atávicos, perennes y nobleza recibida del amigo íntimo como legado.
En torno a la Kaaba se localiza un punto que se llama la estación de Ibrahim. Está allí y está además en cada lugar donde se reúnen musulmanes, se recuerda su sacrificio y se evoca la firmeza, resolución y amor con que él lo hizo.
Saludamos a cuantos celebren esta ocasión con nuestros saludos de paz.
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